martes, 28 de julio de 2009

La casa se había vendido. El tiempo era cuestión de días. El tiempo siempre es cuestión de días, pero a veces parecía ser así casi autoritariamente.
En el rincón, al lado de la cama: Pablo. La ropa tirada, los bolsos a medio hacer. Las manos no hacían ya valijas. Ahora sólo jugaban en el piso. Dibujaban suavemente las baldosas. El dolor era de Pablo, las manos no, nunca fueron de Pablo, como los cigarrillos - ahora representados por los tres que quedaban el un atado de Camel común- que tampoco eran de él sino de su mano. Encendió un tercio del placer. La sexta pitada fue doblando la esquina por Vicente Lopez.
- Valió la pena haber llegado hasta acá. Es cierto que siempre se llega a algún lado, pero no se si siempre se puede estar contento. -Debe ser el aire- se contesto a si mismo. Puede ser, el aire. El otoño en el barrio, en los árboles del barrio parece la historia misma que no se quiere abandonar. Porque una cosa es abandonar las ramas pero otra es abandonar el árbol y hasta las hojas lo saben.
Eran casi las ocho de la tarde, era casi de noche. Pablo pasaba por un kiosco:
- Hola buenas tardes, un Camel común por favor.
- Buenas noches. Que frío se puso che! ¿Algo mas?
-Mas nada.
Salió rumbo a la casa con los cigarrillos en el bolsillo que le apretaban el celular, estaba incomodo. Se acordó de Marizza . . su cara cambio como si las cloacas hubiesen estallado. Frenó, sacó un pucho, lo encendió, miró una chica de rojo y pensó otra vez en Marizza. Cómo hago para hablar del dolor sin que me duela? Entró en la casa y pensó que a Marizza todo lo que le gusta es malo y caro. Recordé que Pedro viene a las 8.
Los números me ponían en apuros, pensé en Marizza y Paula, ambas, vestidos rojos finos y vino tinto.
Me quedé sin dinero.
Entendí que lo bueno es tenerlo y lo malo gastarlo.

- Bueno, ¿Entoncés se vendió?
- Sí. La tengo que desalojar para fin de mes. Hoy estuve todo el día dando vueltas, pensando en otras cosas - que es probable sea otra forma de dar vueltas- para no prestarle atención al tema.
- O sea que no tenes idea de que vas a hacer. Mirá, para cuando te pongas a pensar en esto, y te aconsejo que no te demores demasiado, contá con que podés venirte a casa. No tengo problema en que te vengas un tiempo.

Llevaba tres semanas viviendo con Pedro. Casi el mismo tiempo sin saber nada de Marizza. Como a Pedro le molestaba que se hablara del tema, -no porque Pedro sea un tipo jodido, porque no lo és y todo el mundo lo sabe y lo dice, sino que el cansancio siempre llega, y más cuando se agarra de los bolsillos, del baño, y de la vida- Pablo se había acostumbrado a las caminatas por el barrio y a la escritura en las servilletas.
- ¿ Te falta mucho? Me tengo que bañar.
-Ya voy. Dejáme terminar de leer este pedazo.
Siempre le había gustado la literatura. Cortázar, Mujica, Poe, pero ahora era como si los libros, y particularmente los leídos en el inodoro fueran algo distinto. Es decir, se estuvieran convirtiendo en algo, porque para que algo sea distinto debe primero transformarse -al menos ante la visión-. Pablo intuía algo de todo esto. Era eso, lo que no sabía, pero que le gustaba. Le gustaba en los libros, en la vida y en Marizza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario